Antonio Morales Méndez
Jeremy Leggett es un activista a favor de las energías renovables. Doctor en Ciencias de la Tierra y Geología por la Universidad de Oxford, trabajó durante muchos años como ejecutivo de la petrolera BP hasta que decidió salir huyendo al advertir un cercano crack energético fruto de la misma política suicida que produjo el crack financiero. En su libro La energía de las naciones plantea, no obstante, una salida airosa para el planeta a través de las energías limpias. En una entrevista en el diario El Mundo, el pasado fin de semana, nos asegura que se está viviendo a nivel planetario una auténtica «guerra civil global» entre la industria de los combustibles fósiles y el sector de las renovables. Para Leggett «es muy trágico lo que está pasando en España, y buena prueba de ello es la llegada de ingenieros y técnicos al Reino Unido porque allí se han cerrado definitivamente las puertas. Durante un tiempo España lo hizo muy bien y marcó el camino al resto del mundo. Pero la industria de los combustibles fósiles ha contraatacado de una manera increíblemente dura. En cierto sentido, España se ha convertido en escenario de la guerra civil global entre las energías fósiles y las renovables».
No es producto de la casualidad el ataque bestial contra las renovables del Gobierno del PP en esta legislatura. La semana pasada describía los tres embates durísimos que ha tenido que soportar el sector hasta quedar al borde de la extinción. La eliminación de las primas a las futuras instalaciones junto con una radical moratoria primero, el diseño de un impuesto al sol para suprimir de un tajo el autoconsumo más tarde, para, finalmente, acabar eliminando las subvenciones a los aerogeneradores anteriores a 2005, ha puesto a las energías verdes en una situación de precariedad muy peligrosa.
Desde que José María Aznar iniciara en 1996 la privatización de las eléctricas públicas hasta la fecha –en realidad el proceso lo empezó antes, con cierto comedimiento, Felipe González- las compañías han ido tejiendo sin recato un oligopolio energético que ha despreciado la liberalización de las prestaciones y el precio de los suministros de la energía. Y no ha dudado para conseguirlo en untar a muchísimos políticos de primera fila con generosos puestos en sus consejos de administración y en contribuir a sustentar los aparatos de los grandes partidos políticos españoles. El diseño de Aznar (hoy en Endesa, por 200.000 euros anuales), Rato y Folgado (hoy en Red Eléctrica, por 55.000 euros al mes) de un déficit tarifario, para que la factura de la luz no subiera nunca más que el IPC, nos ha llevado a una deuda con las eléctricas de 30.000 millones de euros sin visos de que se detenga (en 2013 se incrementó en 4.098 millones).
Al principio de esta legislatura, el ministro de Industria prometió una reforma energética capaz de corregir algunas de estas anomalías Tras dos años de trabajo, la reforma aprobada por el Parlamento resultó un fiasco. Solo consiguió, «casualmente», dar un hachazo a las renovables. Una subida brutal de la luz en un 11%, aprovechando la coyuntura, asustó al PP que anuló la subasta de manera inmediata argumentando ante la opinión pública que se había manipulado y que los mecanismos que se emplean para fijar los precios son muy poco transparentes. Incluso llegó a reconocer que se nos ha estado cobrando de más en los últimos años (1.160 millones en los últimos cuatro años nada más y nada menos) aunque, por supuesto, sin osar proponer que entonces se nos debería devolver lo cobrado indebidamente, sin plantear sanciones para los infractores y sin llevar las presuntas estafas a los tribunales.
Acogotado por las circunstancias, José Manuel Soria decide mantener los recortes a las renovables y anular las subastas que siempre, siempre, habían sido cuestionadas por todos los expertos y que han propiciado una gran parte del déficit y del aumento de más de un 80% de los precios de la electricidad en los últimos años, hasta convertirla en la tercera más cara de Europa. Pero nos pone de nuevo en manos del mercado y las eléctricas que han propiciado esta situación. Nos presenta el ministro entonces, precipitadamente, improvisadamente, un nuevo sistema que nos permitirá pagar un precio fijo bimensual, anual o lo que valga la luz cada hora, sin que haga ningún amago de fomentar la competencia y la liberalización real de los precios. Y aunque apunta que esta medida va a beneficiar a los consumidores, y que se producirá un ahorro anual de un 3% (otro intento de confundir, se trata de una falacia), lo cierto es que la propuesta tiene trampa y la luz seguirá subiendo y seguirá aumentando el déficit. Tiene en realidad muchas trampas que terminan, como siempre, beneficiando a las eléctricas y perjudicando a la ciudadanía y a las industrias.
De entrada se sube la parte fija de la tarifa en un 18%, lo que penaliza el ahorro y garantiza un beneficio sin cuestionamiento a las eléctricas. Y por otra parte permite que los que disponen en sus casas de un contador «inteligente» (apenas el 20% de los hogares) puedan acogerse a un precio que varía cada hora en función de las energías que prevalezcan en ese momento y que, como sucede con las subastas, se prestará a la manipulación por las eléctricas. En realidad no resuelve el problema de la subasta ya que el precio lo seguirá marcando cada instante la energía más cara. Como plantean las asociaciones de consumidores, se trata de una auténtica aberración ya que se nos obliga a comprar la electricidad sin conocer el precio anteriormente y sin que después tengamos la posibilidad, por lo complicado del sistema, de saber cuánto nos cobraron, por qué y a qué hora (el recibo nos puede marcar en el bimestre hasta 1.500 tarifas distintas). Bueno, no es del todo cierto lo que digo, usted podrá determinar la nueva tarifa si aplica, según ABC, la fórmula TPU=TPA+TCF+MCF para el término de potencia y TEUp=TEAp+TCVp+CPp para el de energía consumida. De coña.
Por supuesto el resto de los catorce millones de empresas y hogares tendrán que seguir pasando por el aro de los precios anuales que fijen las empresas y sobra decir que se pondrán de acuerdo como hasta ahora para establecer las tarifas que más les convengan. El Gobierno se ahorra el problema de anunciar una subida cada tres meses y los consumidores nos llevaremos cada vez la sorpresa de subidas a la carta, plurales, variadas, incontroladas, con periodos de facturación distintos y con precios medios diferentes. Se les deja las manos libres a las eléctricas para que sigan controlando la fijación de los precios y la opacidad de los recibos y la información.
Y encima lo del dichoso contador «inteligente». Por cierto, si quieren saber cómo nace y cómo se ponen de acuerdo las eléctricas para pactar un modelo y fijar precios sin competencia para venderlos, acudan a la web Estafa luz, del ingeniero Antonio Moreno Alfaro, que lleva años denunciando los fraudes eléctricos y que fue represaliado por negarse a participar en ese entramado. Según establece la legislación vigente, los contadores actuales deberán ser sustituidos antes de del final de 2018 por el nuevo sistema inteligente. Aunque se han incumplido todos los plazos, se calcula que para final de este año ya se deben haber instalado el 30% del nuevo modelo, aunque en muchos lugares las redes no permiten la trasmisión de datos. Frente a un alquiler que pagamos actualmente por el contador de siempre de 0,5 euros, el nuevo nos obligará a soportar un alquiler de 0,8 euros y aunque nos podría permitir acceder a cada momento que nos interese para conocer el precio en vigor, por ejemplo o administrar el autoconsumo, eso nos está vedado por las eléctricas. Se los pagamos pero no podemos acceder a los datos. Eso sí, las compañías dispondrán de toda la información que quieran sobre nosotros: nuestros usos horarios, la potencia que utilizamos a lo largo del día, lo que consumimos en distintas épocas del año, etc… Un precioso instrumento para comercializar y vender nuestra intimidad. Como siempre, con la sartén por el mango. Como siempre haciendo lo que quieren con nosotros. Como siempre con el Gobierno de su lado, aunque escenifiquen que se pelean.
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