Al ritmo en el que lo estamos consumiendo, las existencias de petróleo en el planeta son cada vez más limitadas. Son innumerables los informes que señalan que, de mantenerse la espiral actual de consumo de los combustibles fósiles, en apenas cuatro o cinco décadas agotaremos este recurso. Imprescindible en estos momentos para la industria, la agricultura, la alimentación y el desarrollo social y económico del mundo, estamos quemando y desaprovechando el petróleo, por tanto, a una velocidad endiablada. A pesar de las advertencias de la comunidad científica acerca de los efectos dañinos e irreversibles del cambio climático, alrededor de un centenar de industrias petroleras producen el 80% de los gases de efectos invernadero y solo Chevron-Texaco, Exxon-Mobil, BP y Shell generan el 10% del CO2 que se emite a la atmósfera. En el entorno del petróleo se mueven intereses económicos, políticos y geoestratégicos de una dimensión incalculable que frenan con virulencia la búsqueda de alternativas limpias propiciando, como comentaba en un texto anterior (Una guerra civil energética) una confrontación global entre fósiles y renovables.
El control de las extracciones de crudos, de su comercialización y de su precio han propiciado y siguen propiciando cruentas guerras planetarias (Angola, Argelia, Sudan, Congo, Irak, Nigeria, Yemen, Afganistán, Indonesia, Libia, Siria…), numerosos golpes de Estado en África, Latinoamérica y Asia, prácticas corruptas y violentas por doquier, guerras civiles, afianzamientos de las dictaduras y debilitamientos de las democracias y el dominio de la industria petrolera sobre partidos políticos, gobiernos y estados en casi todos los rincones de la Tierra. Miguel Sebastián acaba de declarar que el peor lobbie al que se tuvo que enfrentar fue el del petróleo. En las últimas semanas estamos asistiendo a una demostración palpable de todo esto. La situación que se vive en Ucrania y Crimea no es ajena a la pretensión de EE UU de disputar el control del corredor energético euroasiático, poniendo en cuestión el suministro por parte de Rusia de la cuarta parte del gas que demanda Europa, que pasa en un 80% por Ucrania.
En un intento de hacer posible el control de la industria petrolera, la presión de organismos internacionales y de ONG consiguió la constitución de la EITI (Iniciativa para la Transparencia en las Industrias Extractivas) con el objeto de promover la transparencia en los pagos y en los ingresos de la industria. Se obliga a las empresas a que publiquen lo que pagan a los gobiernos y a los gobiernos lo que reciben de las empresas y a que un organismo independiente confronte los datos. Hasta ahora los más importantes productores siguen sin firmar la adhesión y por tanto manteniendo la opacidad. Puro voluntarismo.
Al abrigo de la escasez y la voracidad del consumo, muchos países, en connivencia con la industria petrolera, han emprendido, además, una huida hacia adelante apostando por la búsqueda del petróleo y el gas «no convencionales». La fractura hidráulica, que lidera EE UU y que se expande por el mundo, está cambiando el mapa mundial de hidrocarburos y modificando los precios a la baja pero a costa de producir unos daños terribles al medioambiente. Movimientos sísmicos, contaminación de los acuíferos y liberación de gases altamente dañinos son algunas de las consecuencias…
Muy pocos países han conseguido plantar cara y poner en marcha una política alternativa para frenar esta alta dependencia de los combustibles fósiles. Algunos como Francia o Japón han optado por sustituirlos por la energía nuclear, pero en el caso del país asiático el precio que ha pagado ha sido muy caro (Fukushima sigue emitiendo radiaciones a la atmósfera y a los océanos). En cualquier caso miles de barriles de desechos nucleares, de futuro incierto y peligroso, se encuentran en fosas marinas o en cementerios nucleares costosísimos de mantener. Alemania que optó también en principio por ese sendero ha dado un paso atrás en los últimos años.
España fue uno de los escasos países que escogieron apostar por una vía limpia y renovable. Puso en marcha una política de incentivos y de generación de I+D+i que empezó a dar unos resultados extraordinarios, hasta el punto que el año pasado la energía eólica fue la más barata y la que más produjo en todo el país, algo que no había sucedido nunca en el mundo. Se convirtió en vanguardia internacional y consiguió situar a empresas y tecnologías españolas en el mapa mundial de las energías. Pero el gozo duró muy poco. El Gobierno de Mariano Rajoy en apenas dos años ha conseguido desmontar todos los logros alcanzados, atacando con empecinamiento al sector para volvernos a convertir en uno de los países más dependientes de las energías fósiles. Ha logrado en este tiempo destruir casi un centenar de empresas renovables y poner en riesgo 45.000 millones de euros que ha prestado la banca y que se han invertido en el sector. En Europa se gastan en la actualidad más de 400.000 millones de euros cada año en combustibles fósiles. España, que depende en un 80% del gas, el carbón y el petróleo, emplea cada año 45.000 millones de euros en su importación (petróleo de Arabia Saudí, Rusia, Nigeria, Irán México e Irak fundamentalmente y gas de Argelia -50%- y Nigeria principalmente ).
Ni la eficiencia, ni el ahorro, ni las renovables, figuran en la agenda del ministerio de Industria español. Ni siquiera para garantizar la soberanía energética, ni para evitar las emisiones, ni para equilibrar la balanza de las exportaciones, ni para soslayar el peligro de seguir dependiendo de zonas conflictivas… Nos maquillan la verdad diciéndonos que las renovables son muy caras, cuando en 20 años se ha apoyado su implantación con unas primas que rondan los 2.500 millones anuales. Son 50.000 millones de euros en dos décadas, lo que equivale al pago por compra al exterior de energía en un año, con la diferencia de que ese dinero se queda en España generando industria, tecnología y empleo. Significativo.
Y para escenificar nítidamente esa posición que favorece a las eléctricas y las petroleras, se lanza a apoyar el fracking, el gas (por cierto ya casi nadie habla del cementerio de gas Castor y los movimientos sísmicos que produjo, ni de las centrales de ciclos combinados paradas), y la extracción de crudo en Valencia, Baleares y Canarias con la oposición de la ciudadanía, los gobiernos autonómicos, los empresarios del turismo y los expertos que advierten de un enorme daño medioambiental y un riesgo capital para el turismo. Por supuesto, el Gobierno no sabe cuánto dinero va a recibir por esas extracciones, ¡dependerá de las transformaciones que del crudo haga Repsol!. Y además, y como ya adelanté en su día que sucedería, han llegado a un acuerdo para prolongar la vida de la central nuclear de Garoña, gestionada por Nuclenor (Endesa e Iberdrola), que ha registrado 136 accidentes en sus 43 años de vida, seis de ellos de nivel 1 y muchos por falta de mantenimiento. La central tendría que parar y desmantelarse en 2009 pero se fue prolongando poco a poco su uso hasta que, para echar un pulso al Gobierno, Nuclenor decidió parar en 2012. Un año y medio más tarde, el ministro Soria ha cedido y ha aprobado un real decreto que permite a la empresa pedir una prórroga y prolongar la vida de la central hasta los sesenta años.
Pero para que preocuparnos de estas cosas por estas ínsulas. ¡Que más da que no tengamos renovables! ¡Qué más da desperdiciar el sol y el viento! ¡Fuerte bobería! Pero si es que debemos estar contentísimos. ¡Marruecos ha encontrado petróleo aquí cerquita! ¡Nosotros probablemente también lo encontremos! ¡Se dan todas las condiciones para llenar de agujeros los fondos marinos! Total si puede haber un accidente en Marruecos, ¿por qué no posibilitarlo nosotros igualmente? ¡Venga, también entonces nosotros a perforar! ¡Qué más da otro riesgo para la fauna, la flora y el turismo! Pero, por si no bastara, el Gobierno de Canarias, mientras nos dice que apoya las renovables, está tramitando las Directrices para la Ordenación del Sector Eléctrico (DOSE) que apuestan fuertemente por el gas en este archipiélago. Estamos servidos.
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